Practicar
buenas nuevas,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Esta noche celebramos el nacimiento del
Redentor. Viene para todos, para la humanidad entera, pero hace una diferencia:
a quienes creemos en Él nos obliga, mientras que a los demás los beneficia como
de rebote, dependiendo de si los cristianos cumplimos con sus mandatos de Dios
hecho Hombre. Parece una carga, pero es un gran privilegio: colaborar con su obra
de salvación.
C. S. Lewis, un converso, lo explicó así:
"El cristianismo afirma que algo que está más allá del espacio y el
tiempo, que es increado y eterno, entró en la naturaleza, en la naturaleza
humana, descendió a su propio universo y ascendió de nuevo, elevando la
naturaleza con él".
Ascender elevando la naturaleza: no debe ser
esta una frase genérica, sino una realidad práctica, tan concreta y determinada
que pueda ser sometida al escrutinio y la eventual crítica de los no creyentes,
del mismo modo que nosotros analizamos sus comportamientos. Pasando y pasando.
En concreto: si los cristianos dedicados a la
política por medio de sus votos en el Congreso no han defendido y elevado lo
natural para que sea digno de Dios -y así ha sucedido reiteradamente: divorcio
y píldora y, probablemente ahora, matrimonio y educación-, a otros cristianos
nos tocará suplir esas claudicaciones con la consiguiente acción ciudadana.
Si nosotros no elevamos lo natural, ya sabemos
lo que sucederá: lo natural se quedará a nivel animal.
A pesar de la sorprendente unanimidad con que
los comentaristas (Aylwin, Brunner, Edwards, García-Huidobro, Molina, Soto,
Urzúa, Villegas, Williamson, etc., etc.) insisten en las lamentables
consecuencias que traerá el proyecto que lesiona la educación libre, hay
cristianos que perseveran en su decisión de aprobarlo.
Si no se corrige esa iniciativa,
desgraciadamente el dato duro estará pronto disponible: cientos de colegios
iniciarán su proceso de cierre. Corresponderá entonces a los cristianos acudir
a esos lechos agónicos para ofrecer una opción que salve y eleve. Si ya se
ponen hoy muchos millones de pesos al servicio de iniciativas educacionales de
muy variadas denominaciones cristianas, no cabrá más que multiplicar esas
ayudas, tratando de rescatar colegios completos o, al menos, de ofrecer
alternativas viables para miles de padres y alumnos desamparados.
Esos millones existen, esos millones los ganan
legítimamente cristianos que no deben ni pueden permanecer indiferentes.
Siempre es tiempo, pero quizás 2015 sea un momento especial para practicar la
enseñanza de Benedicto XVI: "El ser humano está hecho para el don, el cual
manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente".
Que no cierre ningún colegio por falta de ayuda
económica, que no falten los millones para sostener lo que los cristianos
valoran al máximo: el derecho de los padres como primeros educadores.
En paralelo, ¡cómo sufre la familia en Chile!
En las encuestas se la alaba, pero en la realidad se la lesiona, y en las leyes
se la disuelve. ¿No hay cómo corregir eso?
De nuevo, los cristianos tienen que ir a
reforzar, para poder después elevar lo que hoy apenas se sostiene. "Nadie
puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las
personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos
por las instituciones de la sociedad civil", ha escrito el Papa Francisco.
O sea: por cada familia que no se forma
adecuadamente, por cada familia que se quiebra ¿habrá más familias cristianas
que destinen horas reales a esa tarea de regeneración celular?
Si esos bienes humanos que son el tiempo y el
dinero pueden ser elevados a la calidad de instrumentos de servicio, el
Redentor volverá a nacer a través de esas buenas nuevas.
Los países
que tratan de vivir sin valores
terminan por
desvalorizar la vida de sus ciudadanos.