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sábado, 8 de agosto de 2009

Subsistencia de la sociedad conyugal, por Pablo Rodríguez Grez-

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Subsistencia de la sociedad conyugal
Pablo Rodríguez Grez.

La sociedad conyugal es el régimen legal de bienes en el matrimonio. Éste se contrae por el solo hecho de casarse sin manifestar expresamente la intención de substituirlo por el régimen de separación total de bienes o de participación en los gananciales. La sociedad conyugal ha sufrido, desde su origen, una serie de importantes modificaciones, todas ellas destinadas a mejorar la situación de la mujer casada frente a las facultades que corresponden al marido en la administración de los bienes que la integran (especialmente aquellos adquiridos a título oneroso durante el matrimonio). Se ha configurado de esta manera una verdadera “co-administración”, en la cual las decisiones más importantes deben adoptarse por el marido, pero siempre que cuente con la autorización de su mujer. Esta última, por otra parte, esta amparada, respecto de los bienes que adquiere a título oneroso con el fruto de su trabajo separado del marido, por el llamado “patrimonio reservado”, que le permite administrarlos sin restricción alguna, pudiendo, al momento de disolverse la sociedad conyugal, optar por incorporar dichos bienes a ésta o renunciar a los gananciales, conservando su “patrimonio reservado” (desentendiéndose de los actos ejecutados por el marido, incluso con su autorización, durante la vigencia de la sociedad conyugal). Estos y muchos otros beneficios han sido reconocidos a la mujer, incluyendo derechos especiales al disolverse este régimen de bienes y mejoramientos significativos en el sistema sucesorio. Se trata, entonces, de una legislación que discrimina positivamente en favor de la mujer, al incorporar normas que la protegen, tanto durante el matrimonio, como una vez que éste se ha extinguido.

Derogar estas normas, para igualar los derechos de uno y otro cónyuge, bajo la premisa de que no deben subsistir diferencias en el trato que la ley dispensa al marido y la mujer, constituiría un error enorme. La mujer, en nuestra sociedad, es el baluarte de la familia, la que en mayor porcentaje se ocupa de la educación y crianza de los hijos, la que da continuidad al hogar cuando éste amenaza desintegrarse (generalmente por voluntad del marido), y la que, en el día de hoy, proporcionalmente, está a la cabeza de las familias en que los padres han puesto fin a la vida en común. En consecuencia, los privilegios que nuestra legislación ha consagrado en provecho de la mujer responden a una realidad social insoslayable. En los últimos años ha habido, desgraciadamente, muchos embates contra la familia legalmente constituida, todos los cuales la han debilitado, a tal extremo, que la mayor parte de los hijos nace fuera del matrimonio. Si a ello se agrega ahora una modificación al estatuto jurídico que reglamenta la sociedad conyugal, en términos de desproteger a la mujer en función de la igualdad de géneros, la situación experimentará un deterioro aún más significativo.

Muchos de los problemas que agobian a este país tienen su origen en el menoscabo del hogar, como centro fundamental en la formación de las nuevas generaciones. Toda medida que vaya en detrimento de la mujer repercutirá fatalmente en su funcionamiento, acentuando, todavía más, lo que ya constituye un flagelo. No me explico, por lo mismo, cómo pueden las potestades legislativas empeñarse en modificaciones de tan nefastas consecuencias.

Convengo en la necesidad de modificar algunas disposiciones legales que regulan la sociedad conyugal, principalmente para simplificarla y hacerla más accesible al conocimiento y cumplimiento espontáneo de las normas jurídicas. Asimismo, para ampliar las facultades de la mujer en la administración de sus bienes propios (aquellos inmuebles que ella posee al momento de contraer matrimonio), pudiendo, incluso, excluirse al marido en toda injerencia en ello. Más todavía, me parece fundamental generar estímulos tributarios y fiscales para inducir a los cónyuges a contraer matrimonio bajo el régimen de sociedad conyugal (hoy sucede precisamente lo contrario), de modo de fortalecer el matrimonio en lugar de desalentarlo.

Nada resulta más peligroso que desentenderse, en nombre de prejuicios ideológicos, de la realidad social al momento de legislar. Me temo que deberemos pagar este alto costo, sacrificando con ello, nuevamente, a la familia matrimonial.

(*) Decano Facultad de Derecho Universidad del Desarrollo.

Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.

jueves, 6 de agosto de 2009

Columana del Alma.



Por la espalda,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Escalona lo atacó a garabatos y por la espalda; Saa lo calificó de chantajista y por la espalda. En ambas ocasiones, el apuñalado fue el senador Gómez, quien quizás tiene otros defectos, pero resulta ser de los más frontales y hombrecitos en su coalición. Por eso mismo le llega por la espalda.

Cuesta dar la cara hoy en la Concertación. Cuesta porque el rostro es el espejo del alma y por dentro no parecen estar muy calmadas las aguas en muchos de sus integrantes.

En algunos hay filtraciones que dejan olor a encierro; en otros, hay torrentes de furia y, hasta en los más plácidos, uno que otro gorgoreo que devela inquietudes profundas.

El alma de la Concertación: con frecuencia han usado esa expresión los presidentes, ministros, senadores, diputados, alcaldes, concejales y otros dirigentes de la agrupación, para referirse a un inconsciente colectivo que los animaría positivamente: una especie de energía cósmica de la que habrían succionado la savia para mantenerse casi 20 años en el poder.

Bonito recurso sentimental y retórico, más falso que rehabilitación de delincuente precoz. Lo que ha existido es un afán común de administrar el poder -totalmente legítimo, por cierto- disfrazado de principio vital cósmico. No, la Concertación no tiene alma -como no la tiene entelequia corporativa alguna- y por eso morirá, está muriendo ya.

Los que sí tienen alma son los que atacan por la espalda, los que no dan la cara, los que están vivitos aún, pero expresan con sus actos la verdadera naturaleza de las corrientes subterráneas que los inundan.

Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.

martes, 4 de agosto de 2009

Honduras, por Adolfo Ibañez.


Honduras,
por Adolfo Ibañez.

Los acontecimientos que afectan a Honduras son extraordinariamente graves. Una vez más, diversos países, organismos internacionales y un buen número de reporteros se han tomado la atribución de juzgar decisiones políticas internas, ignorando de modo escandaloso las decisiones legales e institucionales que sólo les corresponde tomar, en este caso, a los hondureños.

Se han desconocido las medidas legales e institucionales que llevaron a deponer al ex Presidente, por haber atropellado la Constitución. Nos enfrentamos a un nuevo caso de ilegitimidad de ejercicio -es decir, tiranía-, tal como el que culminó en nuestro país en 1973.

En el Chile de aquel año, la institucionalidad había sido largamente sobrepasada mediante el abuso de los resquicios legales y de la legislación contra derecho, lo que destruyó la confianza de la población en sus autoridades e instituciones como los agentes adecuados para mantener y hacer respetar el espacio público, la tolerancia y el tradicional modo de ser chileno para solucionar nuestros conflictos y buscar nuevos caminos.

La Honduras de hoy tuvo a la mano las herramientas institucionales y legales para enfrentar la ilegitimidad de ejercicio de su Presidente. Antes de que la situación interna se tornare irreversible, se activaron las responsabilidades que correspondían a los representantes populares de la voluntad soberana hondureña. Los poderes Legislativo y Judicial concurrieron a deponer al tirano y establecer un nuevo gobierno.

Frente a estos hechos, se han levantado las voces farisaicas de algunos gobernantes y funcionarios internacionales clamando contra la destrucción de la democracia en ese país, cuando lo único que ha ocurrido es que el ejercicio de ella evitó la posibilidad de consolidar la tiranía mediante el recurso a los resquicios legales.

Esta actitud sólo pretende esconder el hecho básico de que ningún régimen de gobierno es legítimo si desconoce la validez de deponer al tirano. Olvidar los deberes y la legitimidad de los representantes populares es el mejor camino para socavar los fundamentos de la democracia. Más aún si detrás de esa intromisión foránea aparecen rostros como los de Castro, Chávez y los del ALBA, cuyos intereses ocultos los han llevado a distorsionar las instituciones para sojuzgar a sus pueblos. A ellos se suma el equívoco proceder del gobierno norteamericano, que anticipa una nueva tiranía avalada por ellos.

Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.
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