Virgen del Carmen

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Protege a Chile

martes, 30 de marzo de 2010

¿Qué nos sorprende?, por Paula Coddou.


¿Qué nos sorprende?,

por Paula Coddou.

Cristián Díaz tiene un auto de 13 millones y fue fotografiado cargando su todoterreno con mercadería por la cual no pagó. Es que hubo terremoto.

María compró dos películas pirateadas en el Paseo Ahumada y lo cuenta a sus amigas sin complejos. Es que no afectará a los grandes estudios en EE.UU.

Pepe argumenta, para no pagar el total de las imposiciones, que prefiere entregar la diferencia directamente a su empleada y que ella lo agradece. Así, mes a mes gana más.

Juan contrató especialmente a alguien para que le permita evadir impuestos quedando al borde de la ley. Es que el Estado bota la plata.

Pablo cubre la patente de su taxi y no paga tag . Es que las autopistas son unas ladronas y cobran muy caro. Lo mismo dice Carmen cuando roba un pintaúñas en una farmacia: es que son muy careros y se coluden.

Es que... Ha sido nuestra ética. La famosa pillería chilena, mientras no te pillen, mientras otros también lo hagan. Justificamos de mil maneras cosas que son faltas a la moral, incluso delitos flagrantes como la piratería.

Un terremoto 8,8 podría justificarlo todo si tantas cosas menores justifican muchas de nuestras faltas. ¿Qué nos sorprende si nos estacionamos sin vergüenza en los espacios reservados para embarazadas o discapacitados, algo considerado en otros países un delito federal?

¿Por qué somos así? ¿Cuándo invertimos en fortalecer el juicio moral en los colegios y en las casas? La falta de educación moral en Chile hace que nos enorgullezcamos de ser "pillos", de sacar ventaja de los resquicios de la ley. Nada debería sorprendernos.

A nuestra falta de educación moral y de establecer juicios claros sobre lo bueno y lo malo, sobre todo en aquello que se refiere a la convivencia civil, se suma la falta de costos reales, lo que los norteamericanos llaman law enforcement. Porque en EE.UU. también se viola la velocidad máxima, y usted puede pasar a 80 millas por hora, hasta que lo pillen. Entonces queda acusado de delito, paga una multa nada de baja y nadie le saca la pena.

Seguramente, mientras usted lee esta columna siente que algunos ejemplos son exagerados. Tal vez ya se contagió con el relativismo. He pensado lo mismo al escribir algunas cosas: que es una exageración, casi un talibanismo. Así de confundidos estamos todos.

Con el terremoto y algunas de sus consecuencias imprevistas se da una buena oportunidad para empezar a preocuparnos de verdad. El primer paso fue mirarnos con un poco de vergüenza y menos autocomplacencia. El segundo paso podría ser tratar estos dilemas desde la educación más temprana.

Así lo han hecho algunos países desarrollados, donde se trabajan desde la enseñanza escolar --mediante juegos- los dilemas sociales, para que los niños descubran que persiguiendo sólo el interés privado finalmente perjudican al resto. Ejemplos hay muchos.

Para los más grandes, que ya no aprendieron tanto, un buen parte por estacionar en un lugar reservado para discapacitados puede ser un buen corrector. Después de unos años, respetaremos ese espacio automáticamente.



Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.

domingo, 28 de marzo de 2010

Eclesiásticos y pedofilia. por José Miguel Ibáñez Langlois-


Eclesiásticos y pedofilia.

por José Miguel Ibáñez Langlois (*)

La carta que Benedicto XVI ha dirigido a los obispos de Irlanda, sobre los penosos escándalos sexuales protagonizados por clérigos de ese país, alcanza también -en distinta medida- a otras latitudes del mundo. Lo hemos comprobado hace dos días, por ejemplo, en el comunicado de los Legionarios de Cristo sobre su fundador, que fue emitido con honradez en el mismo espíritu del Papa. El documento de este último, escrito con dolor hasta las lágrimas, suplica el perdón a las víctimas, y contiene severas advertencias a los sacerdotes y obispos que, por acción u omisión, fueron culpables.

Con todo, sería un error no situar este problema en su contexto ético y social. Pienso en las redes de pedofilia que a diario se detectan aquí y allá, y que son sólo la punta del iceberg de un fenómeno casi mundial, estadísticamente repartido de modo uniforme entre casados y solteros (no tiene ninguna relación con el celibato), entre empleados públicos y profesionales, religiosos y comerciantes, etcétera, como parte de la escalada universal de vicios y perversiones venéreas de las últimas décadas. Pero cuando su protagonista es un eclesiástico, su visibilidad es mucho mayor en los medios de comunicación.

Con esta salvedad no pretendo en absoluto justificar lo injustificable, pues en el caso eclesial se traiciona la confianza pública puesta en quienes son educadores con investidura sacra, lo que es gravísimo. Pero no debe perderse el sentido de las magnitudes. No es justo que esas miserias se proyecten, por un efecto de contagio mediático, sobre los innumerables sacerdotes que desempeñan en silencio su ministerio de amor a Dios y al prójimo, a menudo en forma heroica.

Los clérigos abusadores han traicionado a la Iglesia y al pueblo fiel, y han violado la santidad del sacerdocio, como expresa la carta pontificia. Pero, a su vez, hay obispos que -velando erróneamente por el prestigio de la institución-, han encubierto o no han sancionado a los culpables, o lo han hecho tarde y mal, incumpliendo graves normas canónicas al respecto. El Papa llama a que jamás vuelva a suceder tal cosa, y a que se preste cooperación plena a las autoridades civiles en el ámbito de su competencia. Exige, a la vez, procedimientos más rigurosos para detectar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa en seminarios y noviciados.

Con el Romano Pontífice, los fieles católicos reconocemos abiertamente la vergüenza que sentimos por estos delitos, y la honda solidaridad con las víctimas y sus familias, al mismo tiempo que conjugamos, según la célebre sentencia de San Agustín: odiar el pecado y amar al pecador (del cual ni siquiera somos jueces). Y acogemos con toda el alma la llamada del Papa a la conversión, la penitencia y la renovación espiritual, a la plegaria y la adoración eucarística, es decir, a la santidad de vida -sacerdotal y laical- como único remedio posible para estos males en un mundo cada vez más secularizado.

(*) El Padre Ibáñez Langlois, Opus Dei, además de Sacerdote es poeta, escritor, con una treintena de libros a su haber, profesor y critico, en la actualidad se desempeña como capellán y de profesor de Teología Moral en la Universidad de los Andes.




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