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domingo, 28 de marzo de 2010

Eclesiásticos y pedofilia. por José Miguel Ibáñez Langlois-


Eclesiásticos y pedofilia.

por José Miguel Ibáñez Langlois (*)

La carta que Benedicto XVI ha dirigido a los obispos de Irlanda, sobre los penosos escándalos sexuales protagonizados por clérigos de ese país, alcanza también -en distinta medida- a otras latitudes del mundo. Lo hemos comprobado hace dos días, por ejemplo, en el comunicado de los Legionarios de Cristo sobre su fundador, que fue emitido con honradez en el mismo espíritu del Papa. El documento de este último, escrito con dolor hasta las lágrimas, suplica el perdón a las víctimas, y contiene severas advertencias a los sacerdotes y obispos que, por acción u omisión, fueron culpables.

Con todo, sería un error no situar este problema en su contexto ético y social. Pienso en las redes de pedofilia que a diario se detectan aquí y allá, y que son sólo la punta del iceberg de un fenómeno casi mundial, estadísticamente repartido de modo uniforme entre casados y solteros (no tiene ninguna relación con el celibato), entre empleados públicos y profesionales, religiosos y comerciantes, etcétera, como parte de la escalada universal de vicios y perversiones venéreas de las últimas décadas. Pero cuando su protagonista es un eclesiástico, su visibilidad es mucho mayor en los medios de comunicación.

Con esta salvedad no pretendo en absoluto justificar lo injustificable, pues en el caso eclesial se traiciona la confianza pública puesta en quienes son educadores con investidura sacra, lo que es gravísimo. Pero no debe perderse el sentido de las magnitudes. No es justo que esas miserias se proyecten, por un efecto de contagio mediático, sobre los innumerables sacerdotes que desempeñan en silencio su ministerio de amor a Dios y al prójimo, a menudo en forma heroica.

Los clérigos abusadores han traicionado a la Iglesia y al pueblo fiel, y han violado la santidad del sacerdocio, como expresa la carta pontificia. Pero, a su vez, hay obispos que -velando erróneamente por el prestigio de la institución-, han encubierto o no han sancionado a los culpables, o lo han hecho tarde y mal, incumpliendo graves normas canónicas al respecto. El Papa llama a que jamás vuelva a suceder tal cosa, y a que se preste cooperación plena a las autoridades civiles en el ámbito de su competencia. Exige, a la vez, procedimientos más rigurosos para detectar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa en seminarios y noviciados.

Con el Romano Pontífice, los fieles católicos reconocemos abiertamente la vergüenza que sentimos por estos delitos, y la honda solidaridad con las víctimas y sus familias, al mismo tiempo que conjugamos, según la célebre sentencia de San Agustín: odiar el pecado y amar al pecador (del cual ni siquiera somos jueces). Y acogemos con toda el alma la llamada del Papa a la conversión, la penitencia y la renovación espiritual, a la plegaria y la adoración eucarística, es decir, a la santidad de vida -sacerdotal y laical- como único remedio posible para estos males en un mundo cada vez más secularizado.

(*) El Padre Ibáñez Langlois, Opus Dei, además de Sacerdote es poeta, escritor, con una treintena de libros a su haber, profesor y critico, en la actualidad se desempeña como capellán y de profesor de Teología Moral en la Universidad de los Andes.




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