Virgen del Carmen

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Protege a Chile

viernes, 26 de marzo de 2010


Un Estado a nuestra medida,

por Margarita María Errázuríz.

Amigos europeos, ciudadanos de países desarrollados, me han comentado que miran con extrañeza cómo nuestro país enfrenta el terremoto. No les llama la atención el vandalismo. En esos mismos países, seguros contra calamidades de este tipo ofrecen un adicional contra saqueos, ya que es una reacción clásica en momentos de desesperación y confusión colectiva. Lo que les llamó la atención fue la respuesta masiva de empresarios y representantes de distintas instituciones a la Teletón, así como la organización de un sinfín de grupos de jóvenes y profesionales dispuestos a colaborar, y que se encuentran trabajando solidariamente en los sitios de la catástrofe. Según decían, esa tarea en sus respectivos países corresponde al Estado; para eso se pagan impuestos.

Nunca antes había valorado tanto la reserva de capital social que tenemos en el país. Esa reacción espontánea de solidaridad de personas y grupos, que no esperan que otros hagan la tarea, que no preguntan, que saben que pueden aportar y lo hacen sin dilación, es un recurso social inestimable.

Hemos visto derrumbarse una parte valiosísima de nuestro patrimonio. No es sólo el arquitectónico. Es algo mucho más penetrante, que toca a las personas afectadas profundamente. Las casas de adobe decoloradas por el tiempo y las viejas iglesias representan la historia de su gente, su identidad, sus raíces y su lugar de pertenencia. Esta pérdida ha abierto espacio para el reconocimiento de otro patrimonio, tan rico y más valioso. Ha aflorado nuestro espíritu de apoyo y ayuda mutua; un sentir generalizado de ser partes de un mismo pueblo, de una misma nación en la cual sólo viviremos tranquilos cuando sepamos que al menos todos tienen techo, escuela para sus hijos y hospitales para atenderlos.

Ese sentido de unidad que tanto se ha querido alcanzar en la política lo estamos viviendo gracias al actuar espontáneo de la ciudadanía.

La reacción de los chilenos y el comentario de mis amigos extranjeros nos plantean un tema complejo y que estuvo presente en el debate político durante la campaña presidencial. La pregunta, que exigía tomar posición, era si queremos más o menos Estado. Hoy la pregunta que tendríamos que hacernos es otra: ¿qué tipo de Estado queremos? Si yo tuviera que responder, diría que me gustaría un Estado que actúe de la mano con la ciudadanía. Ese ente frío, eficiente y ejecutivo que satisface a mis amigos y que reemplaza la acción directa y solidaria de las personas, me da escalofríos. Ese tipo de Estado mataría un capital social que nos enorgullece, que nos emociona cuando vemos su expresión en forma tan contundente; que nos muestra la fuerza latente que existe en el país. Es el recurso más valioso que poseemos.

Hoy es claro que necesitamos un Estado que no inhiba ni ahogue el emprendimiento social de las personas y, por el contrario, que lo impulse; que abra espacios de participación ciudadana. Es más, el Estado podría asumir la responsabilidad de mantener vivo ese espíritu solidario que hoy vemos manifestarse con tanta fuerza y potenciar el tejido social que genera. Mal que mal, el Estado no puede hacer todo solo; no puede dar lo que más añoran las personas ante el dolor: calor humano.

La imagen de un aparato público que asegura a todos un piso básico de calidad de vida y que luego pone su sello en apoyar a las personas y en proporcionar el eslabón necesario para que expresen su vocación social, debiera atravesar todas las instancias, todos los niveles de autoridad, todos los sectores; se requiere que esté presente en todas las acciones.

Esta no es una tarea fácil, pero hace tiempo que sabemos que no nos hace bien movernos entre extremos. Es necesario innovar, encontrar los equilibrios que requiere cada situación, preservar nuestro capital social, nuestro verdadero patrimonio. Si perderlo es el precio del desarrollo, es preferible quedarse a mitad de camino mientras no tengamos una solución mejor.



Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.
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