Virgen del Carmen

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sábado, 23 de febrero de 2008

Dolor, impunidad y discriminación

El estruendo de los bombos hicieron vibrar las paredes de la catedral; los cánticos signados por el odio inherente a la ideología que profesa la citada agrupación invadieron el salón; algunas voces aseguran que el sagrado templo fue hasta usado de baño por el grupo invasor.


Por Agustín Laje Arrigoni
Días atrás, nuestro país vivía otro de los incontables hechos de vandalismo salvaje y delincuencia irracional que descansan en la impunidad beneficiada por el dolor aparentemente gozado sólo por algunos.

El templo religioso de millones de argentinos fue profanado por un grupo de mujeres que, cubriendo sus cabezas con un pañuelo blanco, pretendieron extorsionar al gobierno porteño para que libere fondos a favor de su fundación (Madres de Plaza de Mayo).

El estruendo de los bombos hicieron vibrar las paredes de la catedral; los cánticos signados por el odio inherente a la ideología que profesa la citada agrupación invadieron el salón; algunas voces aseguran que el sagrado templo fue hasta usado de baño por el grupo invasor.

Lo cierto es que la ilegalidad manifiesta del accionar de la fundación de Hebe de Bonafini, una vez más ha sido esquivada por los ojos de la selectiva justicia argentina.

¿Es que acaso en nuestro país el dolor legitima la ilegalidad?

Lo importante aquí no es el dolor en sí, sino quién es el propietario de ese dolor.

¿Qué sucedería acaso si víctimas del terrorismo marxista perpetraran vandalismos similares a los descriptos anteriormente? Seguramente no sólo terminarían tras las rejas, sino que también serían sepultados por la comprada prensa oficialista.

La quiebra de valores que con naturalidad se respira en nuestro país, relativiza la delincuencia según de quien provenga.

La justicia de no ser igual para todos, se transfigura en una suerte de justicia selectiva, lo que es igual a una injusticia. En estas penosas condiciones se encuentra nuestro sistema judicial.

Sin dudas el máximo referente de impunidad por dolor (selectivo, por supuesto) es la titular de la asociación Madres de Plaza de Mayo, la mediática, pero no menos verborrágica, Hebe de Bonafini. Para ella la ley no parece existir, a punto tal que encabezó hace no mucho un acto homenaje al terrorismo colombiano de las FARC, donde disertaron los terroristas Rubén Batalles (ERP) y Eduardo Soares (Montoneros).

Las constantes reivindicaciones al terrorismo vieron materializarse en otra oportunidad en el famoso grito “¡Viva ETA!”, en la España que aún lloraba la muerte de Ernest Llunch.

Recuerdo muy bien que hace poco más de un año, cuando cursaba el último año de la secundaria, llevaron a mi curso a ver el filme “La noche de los lápices”. Al terminar la película, señalé que la historia allí narrada había sido desmentida por sus propios protagonistas, que el boleto estudiantil vigía desde 1975 y que Pablo Díaz no había sido el único sobreviviente. En ese momento fui amordazado por un profesor, quien me amenazaba de denunciarme por apología del delito.

No puedo evitar preguntarme qué le toca entonces a Hebe de Bonafini, quien festejara el 11 de Septiembre el atentado a las Torres Gemelas (donde resultaron muertas 4.000 personas), expresara públicamente su deseo de que el Papa Juan Pablo II ardiera en el infierno y afirmara desde la Universidad de las Madres “¡socialismo o muerte, socialismo o muerte! Es una consigna que cada día me gusta más (…) la gente dice ‘ay, pero las armas’. ¡Caramba! Con zapallitos, no vamos a poder hacer la revolución (…) nos tenemos que hacer revolucionarios, entonces, preparémonos para ser revolucionarios. A prepararnos para ser revolucionarios; a prepararnos para armar el socialismo; a prepararnos para hablar de combate. Y a prepararnos también, para usar las armas, por si alguna vez es necesario” (agosto de 2002).

Tomando palabras de Arturo Larrabure, hijo del Cnel. Argentino del Valle Larrabure, secuestrado, torturado y asesinado por la banda terrorista ERP, podemos concluir que “el dolor ante la pérdida de un ser querido es personal e intransferible”. En nuestro país este sentimiento parece ser privilegio sólo de algunos, que se aprovechan sistemáticamente de él para decir y hacer lo que quieren, gozando de la más descarada impunidad.


Agustín Laje Arrigoniagustin_laje@yahoo.com.ar
(El autor es un joven de 19 años que lleva más de cuatro años prestando especiales esfuerzos para la reconciliación nacional, investigando arduamente nuestro pasado reciente).

Tomado de : www.politicaydesarrollo.com.ar

miércoles, 20 de febrero de 2008

El infierno es estar solo , por Joseph Ratzinger


El infierno es estar solo
por Joseph Ratzinger


El artículo del Credo sobre el descenso del Señor a los infiernos nos recuerda que, de la revelación cristiana, forma parte no sólo el hablar de Dios, sino también su callar. Dios no sólo es la palabra comprensible, que se acerca a nosotros; también es la causa callada e inaccesible, incomprendida e incomprensible, huidiza. Ciertamente, en el cristianismo hay una primacía del logos, de la palabra, con respecto al silencio: Dios ha hablado, Dios es la Palabra. Pero tampoco debemos olvidarnos del verdadero escondimiento de Dios. Sólo cuando lo hemos conocido como silencio, podemos esperar oír también su hablar, que emana de su silencio. La cristología culmina en la Cruz, el momento de la tangibilidad del amor divino, en la muerte, en el silencio y en la oscuridad. En el grito de muerte de Jesús: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", el secreto de Su descenso a los infiernos se hace visible como una lámpara en medio de la noche. No debemos olvidar que esta frase del Crucificado es el verso inicial de una oración de Israel, en la cual se resume de modo impresionante la necesidad y la esperanza del pueblo elegido de Dios, en apariencia profundamente abandonado por Él. Esta oración presentada como un grito en medio de la oscuridad de Dios acaba con una exaltación de Su grandeza.

Se ha dicho que, en este artículo de fe, el término infierno sería sólo una traducción errónea de sheol (en griego: hades), palabra con la cual el hebreo definía aquella condición más allá de la muerte, que se imaginaba de un modo muy vago, como una especie de existencia en la sombra, más un no-ser que un ser. Por tanto, la frase habría significado originalmente que Jesús entró en el sheol, o sea, que murió. Puede que esto sea verdad. Pero permanece la cuestión de qué es verdaderamente la muerte y qué sucede después, cuando alguien muere y penetra en el destino de la muerte. Todos nosotros debemos admitir nuestro embarazo ante esta pregunta. Pero quizá podríamos intentar un acercamiento partiendo del grito de Jesús. En esta última oración, así como en la escena del Monte de los Olivos, parece que el núcleo más profundo de su Pasión no es el dolor físico, sino su soledad radical, su completo abandono. En este punto aparece verdaderamente el abismo de la soledad del hombre como tal, del hombre que en lo más íntimo está solo. Esta soledad, que por lo general es cubierta de muchos modos, significa al mismo tiempo la más profunda contradicción en la esencia del ser humano, que no puede permanecer solo, sino que tiene necesidad de comunión. Por tanto, la soledad es la esfera del miedo. Aclarémoslo con un ejemplo. Si un niño debe caminar solo por un bosque en mitad de la noche, tiene miedo, también aunque se le haya demostrado que no tiene nada de lo que temer. En el momento en que está solo en la oscuridad y siente la soledad de manera radical, surge el miedo, el verdadero miedo del hombre, que no es miedo de algo, sino un miedo en sí mismo. El temor hacia algo determinado es, a fin de cuentas, algo inocuo; puede ser exorcizado alejando el objeto en cuestión. Lo que aquí tenemos es algo más profundo: el hecho de que el hombre, cuando encara la soledad definitiva, no tiene miedo de algo determinado, sino que tiene miedo de la soledad, de la inquietud y de la suspensión de la propia esencia, algo que no puede ser superado racionalmente. Es el estar a solas con la muerte, la siniestra sensación de la soledad en sí misma.

Debemos preguntarnos cómo puede ser superado un miedo así. El niño perderá su miedo en el momento en que haya una mano que lo tome y lo conduzca. También aquel que esté a solas con la muerte sentirá decrecer el impulso del miedo si alguien está con él. Debemos ir un poco más allá. Si existiese una soledad tal que ninguna palabra de otro pudiese llegar y tener un efecto transformante; si hubiese una suspensión de la existencia tan grave que en ese lugar no pudiera haber ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el teólogo llama infierno. Lo que significa este término podemos definirlo precisamente así: una soledad en la cual no puede penetrar la palabra del amor, y que significa la verdadera suspensión de la existencia. En este contexto, es preciso recordar que los poetas y los filósofos de nuestro tiempo están convencidos de que todos los encuentros entre los hombres permanecen, sustancialmente, en la superficie; nadie tendría acceso a la verdadera profundidad del otro. Todo encuentro, aunque pueda parecer bello, a fin de cuentas no haría otra cosa que narcotizar la incurable herida de la soledad. En lo más íntimo y profundo de cada uno de nosotros habitaría el infierno, la desesperación, la soledad, que es tan indefinible como terrible. Sartre ha constituido su antropología sobre esta idea.

De hecho, una cosa es cierta. Hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna voz; hay una puerta que podemos atravesar sólo en soledad: la puerta de la muerte. La muerte es la soledad por antonomasia. Pero aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar es el infierno. Con esto nos situamos de nuevo en nuestro punto de partida. Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; en su Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado. Allí donde no se puede escuchar ninguna voz, allí está Él. De este modo, el infierno está superado; o mejor: la muerte, que antes era el infierno, ya no lo es más. Ambas cosas no son ya lo mismo, porque en el corazón de la muerte está la vida, porque el amor habita en su corazón. El infierno es o una clausura voluntaria o, como dice la Biblia, la segunda muerte.

(Texto inédito de Benedicto XVI, extracto del libro "Por qué estamos aún en la Iglesia", recién publicado en Italia. El artículo es una conferencia pronunciada en Munich, en 1968, por el entonces joven y poco conocido teólogo alemán Joseph Ratzinger, en contradicción con la contemporánea tesis de Sartre, "El infierno son los otros")
Tomado de Diario El Mercurio

martes, 19 de febrero de 2008

Dios ayude al pueblo cubano.....


Por medio de la Virgen elevamos nuestras oraciones a Dios por el pueblo cubano, para que con el alejamiento del tirano pueda recuperar sus libertades y pueda reencontrar la senda del desarrollo, que les permita superar las inmensas miserias a que los ha sometido el medio siglo de dictadura comunista.}
A nuestros hermanos cubanos recomendamos aprender de los errores de Venezuela, que eligió a un payaso, o de los nuestros que elegimos a una pandilla de ineptos y corruptos, que con la promesa de alegría han destruido los sueños populares.
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