Prácticas mágicas hoy,
por Luis Eugenio Silva.
Mucho se habla últimamente de magia, maleficios y relaciones con potencias malignas. Desde el punto de vista de la doctrina católica, debemos afirmar que todo lo que sea adivinación, magia, horóscopo, astrología, quiromancia, interpretación de presagios y de suertes, fenómenos de visiones, recursos a médiums, está dentro de lo que llamamos supersticiones.
El deseo de dominar el tiempo y la historia, como el de granjearse la protección de poderes ocultos, está en contradicción con el honor y el respeto que se debe tener a Dios. Todas estas acciones son contrarias a lo que se llama virtud de religión. No es posible pretender domesticar las potencias ocultas para ponerlas al servicio de una persona, ya sea con el objetivo de traerle un bien o un mal. También cabe dentro de estas conductas supersticiosas el uso de amuletos. Y otra forma supersticiosa es el espiritismo, que pretende adentrarse en el futuro a través de supuestos intermediadores.
La doctrina de la Iglesia al respecto se encuentra muy sintéticamente expresada en el Catecismo Católico, en los Nº 2115 y 2116.
Uno de los primeros escritos del Nuevo Testamento, la Carta a los Gálatas, de San Pablo (15, 19-21), como también la Carta a los Romanos (1, 28-32), enumera entre los pecados las supersticiones y adivinanzas.
En la cultura del Antiguo Testamento se encuentran prácticas de magia y adivinatorias antes de que se purificase la fe monoteísta en el Unico Dios. Ahora bien, en la Biblia hay tres códigos mosaicos que prohíben la magia, incluso con la pena de muerte: el Levítico, cap. 19; Deuteronomio, 18, y Exodo, 23. Y es que el pueblo judío, a medida que iba purificando su fe, fue rechazando todo tipo de prácticas mágicas y ritos abominables.
El Nuevo Testamento, como lo hemos afirmado, opone todas estas prácticas que denominamos supersticiosas a la fe que se ha de profesar en Unico Dios Vivo y Verdadero.
En nuestros tiempos, la pérdida de fe en Dios lleva a este tipo de prácticas, buscando en ellas una seguridad, dado que el futuro siempre se presenta con posibilidades aviesas y negativas. Pero si se las analiza, nos damos cuenta del absurdo que hay en ellas, pues implican atribuirles a personas, lugares u objetos cualidades sobrenaturales que sólo pueden estar en Dios. Es cierto que, desde un punto de vista de información periodística, cualquier recurso a dichas prácticas es una noticia que sorprende y atrae, pero deberían dejarse de lado como lo que son: supersticiones.
¡Cómo podría ser que un fetiche de paja perforado por un alfiler pueda atraer un mal!
¡Cómo sería posible que un simple mortal pudiese conjurar el tiempo, adivinar y originar males o bienes!
Respetamos todas las posturas religiosas, incluso a quienes son supersticiosos (no son religiosos), porque a lo mejor hay más de una dosis de buena fe en esas conductas. Lo que importa ahora es reflexionar inteligentemente sobre esas prácticas y ver cómo ellas conllevan al absurdo.
Quien es religioso y creyente, ha de hacer un esfuerzo para no sucumbir ante las modas de corte supersticioso que lamentablemente se difunden entre nosotros.
