Virgen del Carmen

Virgen del Carmen
Protege a Chile

jueves, 15 de julio de 2010

A Ella clamamos, por Gonzalo Rojas Sánchez.


A Ella clamamos,

por Gonzalo Rojas Sánchez.

"Virgen del Carmen, Reina de Chile, salva a tu pueblo que clama a ti."

La invocación se volverá a oír con especial intensidad, fuerte y clara, mañana viernes 16. La han repetido -sin temor a las críticas- numerosas generaciones de chilenos que confían.

Confianza en lo humano, fe en lo divino.

Una Mujer, Madre, Virgen, Reina. Esa es la oferta -insuperable- que la fe católica le hace a todas las personas de buena voluntad. Tómala o déjala (aunque Ella nunca te dejará).

Reina de Chile, porque ni la Gaia, ni la Pachamama se bastan: son lo que son, materia. Pero tampoco se la pueden por sí solos ni la historia, ni las tradiciones, ni los símbolos, aunque mucho colaboren en la preservación y en el mejoramiento de lo propio.

La tierra, Chile, con todas sus virtudes y todos sus defectos, necesita de la Madre para ir al Hijo. Y es Ella (o será otra). A escoger entonces.

El criterio para preferirla está claro: puede salvar. Es "Estrella que nos guía al sol del Amor." Y como Chile se está enfriando, como la Patria (Matria) está en peligros gravesŠ lo lógico es clamar, o sea, rogar con todas las fuerzas. Pedir la salvación, que es mucho, mucho más, que superar la pobreza, que alcanzar el desarrollo o que globalizarnos. Es el fin final.

Claman. Lo hacen millones de chilenos durante el año, los 15 de agosto, los 8 de diciembre, los 16 de julio, y todos los días. Y piden por todos, por los católicos, por los no católicos y por los anticristianos. Porque, se la reconozca o no, es la Madre común. A todos acoge.

Clamamos. Y nos va bien.

Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.

lunes, 12 de julio de 2010

Natura, por padre Raúl Hasbún.


Natura,

por padre Raúl Hasbún.

“Natura omnia animalia docuit: maris atque feminae coniunctio, liberorum procreatio et educatio”: la naturaleza enseñó a todos los animales a conjuntarse, el macho con la hembra, para procrear y educar a los hijos. Así sentenciaba Ulpiano, el eximio jurisconsulto romano, que enseñó y practicó testimonialmente el derecho en tiempos de emperadores caracterizados por su intemperante brutalidad, como Caracalla (siglo III después de Cristo). A él le debemos la insuperada definición de la justicia como virtud cardinal: “firme y constante voluntad de dar a cada uno lo que es suyo”. Para ambas sentencias, el jurisconsulto se basó en un diligente examen de realidades y leyes de la naturaleza. Bien sabía Ulpiano que el derecho no puede embestir a ciegas contra los porfiados hechos, ni torcer lo que la naturaleza sabiamente dispone.


Es una realidad: si cada uno no tiene acceso a lo que objetivamente le pertenece y subjetivamente reivindica como suyo, se habrá configurado un desorden e incubado una reacción violenta contra el expoliador violento. Sin justicia no hay paz. La tranquilidad en el orden (eso es la paz) presupone que cada uno descanse en la certeza de no ser privado ni amenazado respecto de lo suyo. El Estado tiene como razón de ser y condición de legitimidad garantizar que se haga justicia.


Sus leyes y procedimientos merecerán ser obedecidos en la medida en que se muestren conducentes a dicha razón de ser. No es el hecho objetivo de la legalidad de la norma el que determina su legitimidad, sino la concordancia y funcionalidad de esa norma con respecto al fin que la inspira: hacer justicia.


La misma lógica ulpianina es aplicable al dominio de la sexualidad. Es un hecho real, una ley de la naturaleza: los animales buscan acoplarse macho con hembra, y sobre esa cópula heterosexual establecer un consorcio o sinergia que permita procrear vida y acompañar esas vidas hasta que puedan autovalerse. El ideólogo de escritorio puede embestir contra esa realidad y pretender que los fines de perpetuación de la especie y educación de la prole se obtienen igual haciendo copular a seres del mismo género o dispensándolos de cohabitar bajo un régimen de derechos y obligaciones funcionales a esos fines: de esas figuras excogitadas de espaldas a la naturaleza no surgirá la vida.


La obsesión ideológica por privilegiar la libertad de los sujetos terminará fatalmente estrellándose contra la imposibilidad de alcanzar el objeto. ¡Y el objeto es la vida! “El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana. Es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos”: nuestra Constitución es más iusnaturalista que iuspositivista. La ideología, la demagogia, el voluntarismo no tienen lugar en un Estado que promete garantizar la justicia y escuchar la voz de la naturaleza.


Tomado de http://viva-chile.cl





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Los pueblos que no se defienden seguramente pierden sus libertades. http://reaccionchilena.blogspot.com/

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