No nos parece lógica la pretensión de que la política sea un montón de eslóganes baratos, ideas inconexas, excentricidades inconsecuentes, apasionamientos desatados, ambiciones desmedidas y afanes de poder ilimitado, sea este por el simple poder o por la asquerosa satisfacción de ruines afanes vengativos.
Para nosotros la política debe atenerse a la definición clásica, es decir es el arte de gobernar, que como todas las artes tiene una gran componente de esfuerzo, una inmenso componente de sacrificio, una dedicación absoluta y ciertamente una entrega completa a las necesidades del país y de la ciudadanía.
Hubo épocas, quizás de menos necesidades, que a esta actividad tan desprestigiada llegaban los mejores elementos, con verdaderos afanes de servicio, con las mejores ideas y proyectos posibles, con la sola esperanza de poder satisfacer las necesidades de sus mandantes, los ciudadanos. En ese tiempo estos cargos eran ad honores.
Ser político no era el baldón vergonzoso que es hoy, todo lo contrario era una indicación de patriotismo, que en la satisfacción de una situación mejor que la del promedio ciudadano, quería agradecer a su país creando la condiciones para que todo el pueblo pudiese llegar a la situación alcanzada por el.
Eran épocas, extremadamente duros, pero con un ser humano que mantenía valores que nunca debió perder, que amaba al prójimo y al hábitat que lo rodeaba, que no estaba infectado por la envidia, la lujuria, las ambiciones excesivas ni las odiosidades extremas. Nos peleábamos, pero no en mala.
Si alguien nos tocaba a nuestra mujer o a nuestra prole saltábamos como leones enfurecidos, si algo amenazaba a nuestra familia estábamos prontos a dar la vida por defenderla, si alguna situación extraña ponía en riesgo la integridad o la seguridad de la Patria, como un solo hombre enfrentábamos el peligro.
Dios, sus mandamientos y su iglesia merecían para nosotros los máximos respetos, pero sin caer en las miserables obsecuencias de que somos testigos en el presente, éramos seguidores de la religión, pero si esta decía algo que no nos gustaba nos encabritábamos llenos de bríos para defender nuestros pensamientos.
Nunca fue para nosotros ese opio del pueblo que mentaba Marx, posiblemente porque en la sencillez con que vivíamos nadie necesitaba ser ostentoso, todo lo contrario, era una demostración intolerable de falta de gusto y de serias limitaciones educacionales, culturales, que no toleraban la fatuidad.
Sin duda alguna eran épocas en las que contábamos con menos bienes, pero que teníamos un corazón mucho más grande, una época que se caracterizaba por la humildad popular y la frugalidad de los mas favorecidos, que nunca caían en ese vergonzante exhibicionismo a que nos ha llevado el consumismo.
No, no pensamos en volver al pasado, pero si creemos que debemos recuperar de el cosas que hemos perdido y que nos hacían mejores, como el respeto a nuestros congéneres, pero sin duda nos haría bien recuperar sus valores, su esforzada lucha por la subsistencia y la lucha por conquistar los valores Divinos.
Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.