Alguien dijo alguna vez que “la política era un deporte en el que se jugaba duro”, afirmación que ciertamente no compartimos. Exigir seriedad, competencia, honestidad, consecuencia, cumplimientos, respeto, pudor, resultados, limpieza, en caso alguno es jugar sucio o ásperamente.
Los conceptos han sido tan subvertidos, manipulados, falsificados, que pedir lo normal, pedir a nuestras autoridades que cumplan con su trabajo o con las promesas electorales que hicieron libremente, que solicitar las cosas que son lógicas y normales se han transformado en juego rudo.
La ciudadanía, creemos nosotros al menos, merece explicaciones serias de la escasa capacidad del personal de “confianza” que designa la Presidencia de la República, de los trabajos no realizados, de la falta de honestidad con que se manejan los asuntos y negocios públicos.
La insana interdependencia de las autoridades con los partidos políticos y de estos con las autoridades se transforma en un contubernio inaceptable, en el que se desdibujan los ámbitos de cada esfera, encontrando inmorales e ilegales intentos por influir de los unos por sobre los otros.
Las señales anti-democráticas que proporciona la administración no deja de ser preocupante, pues su absurdo “bombardeo” a las instituciones que no les son funcionales o que tienen la osadía de opinar distinto tiene connotaciones de paranoicas por un lado y sediciosas por el otro.
La separación de los Poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo es una necesidad imprescindible para la existencia de un sistema democrático, el exceso de lobby, las inmorales presiones económicas, las órdenes de partido y los intentos de alguno de los poderes de avasallar a los otros, son el preámbulo a las tiranías.
Los recientes episodios, con pocos días de diferencia, en que se denostó al Tribunal Constitucional por hacer su labor de custodiar la constitucionalidad de alguna ley o decreto, es similar a las airadas reacciones con que se ha vilipendiado al Senado por cumplir con la Constitución y juzgar en conciencia a la Ministro Provoste.
Lo único cierto que ha salido desde las trincheras oficiales es la afirmación de que ha nacido una nueva mayoría, esa nueva mayoría de nuestro pueblo que ya no tolera la incapacidad, que está hastiado de la ineptitud y que quiere terminar para siempre con la asquerosa corrupción que arremete.
Desde la Casa de la Moneda, ex residencia de los Mandatarios, hace mucho tiempo que no salen palabras mesuradas, lógicas y constructivas, estas han sido reemplazadas por agresivos y constantes emplazamientos en los que se “chantajea” a los opositores para que tomen las posiciones del Gobierno.
Lo que sucede en el Chile concertacionista, está demasiado lejos de la democracia y de un sistema de reales libertades, cada vez se parece más a una intentona subrepticia por establecer el sistema “autoritario” soñado por nuestras actuales autoridades y que tanto se parece a la tiranía cubana o a la autocracia venezolana.
Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.