Signos religiosos,
por Luis Eugenio Silva.
Bien sabido es que, en varios países de Europa, la
campaña laicista agnosticista o atea consiguió sacar los signos religiosos no
sólo de los lugares de servicio público, sino que también de colegios y
universidades. ¿Lo hará Chile? ¿Qué hay tras ello? Se responde que fue la
fórmula para desacralizar a la sociedad y hacerla laica y pluralista, de modo
que no tenga ninguna religión un predominio público y que fuera algo a nivel
personal e interior.
El primer error es afirmar que las acciones humanas
pueden ser exclusivamente interiores o espirituales. Toda acción humana implica
pensamiento y voluntad, interioridad y externalidad, materia y espíritu, por
consiguiente, es una falacia pensar y ordenar la sociedad según criterios
dualistas, como si el ser humano fuese sólo materia o sólo espíritu. Todas las
sociedades se han construido teniendo como uno de sus pilares a la religión, e
incluso hoy, cuando predominan formas agnósticas o ateas, en su fondo hay una
expresión religiosa; distinta, pero en fin de cuentas religiosa. La religión no
ha muerto, pero sus formas han cambiado, haciéndose más individualista y, en el
cristianismo, perdiendo algo del sentido comunitario. Si no, ¿qué significa la
apertura de tantos a las formas de magia, espiritismo, uso de amuletos,
preguntas a videntes y magos u ocultistas, por no hablar del recurso a síntesis
entre Oriente y Occidente, como el New Age —donde predomina una sensibilidad
religiosa—, o a fórmulas desaliñadas de budismo e hinduismo?
La religión forma parte de la cultura. Abolirla,
además de imposible, es un intento falsamente democrático o pluralista
¿Por qué habría de renegar la sociedad de la
religión? De lo que se trata es de que el ser humano pueda, personal y
comunitariamente, expresar su fe, y que ello tenga una representación en la
misma sociedad. Los signos son importantes. ¿Se debería acabar con la bandera,
el escudo o la canción nacional porque a algunos no los representan? El
cristianismo, con su síntesis de razón y fe, que evita tanto el fideísmo como
el racionalismo puro, ha sido capaz de crear una civilización donde, a pesar de
sus errores y fallas, el valor de lo humano es tenido como fin y no medio.
Partiendo por allí, y por la aspiración de fraternidad e igualdad esencial de
los hombres, un conjunto de derechos y formas han permitido que el ser humano
sea reconocido como tal.
Otto Doer lo reconocía en un excelente artículo
reciente, y no a partir de la fe, sino que de la razón que analiza la historia.
Barbarie y civilización siempre se han dado juntas, por desgracia, ya que el
ser humano no sólo no es perfecto, sino que en su esencia está también la
propensión al mal, que en la forma de egoísmo hace saltar a la barbarie
arrasadora de pueblos en busca de intereses mezquinos. Todas las iglesias
tienen el derecho irrenunciable a exhibir donde sea sus insignias y símbolos, y
ello no es manifestación de triunfalismo ni de algo que se parezca al
fundamentalismo, sino que es algo natural. El cristianismo ha sido capaz de que
muchos de sus principios que tienen una derivación moral pasen a otras formas
culturales y religiosas de Oriente y Extremo Oriente. Es el caso de la
democracia, que no proviene en su esencia ni de la Grecia clásica (que la tenía
sólo para los ciudadanos) ni del Derecho Romano o Germano, sino que proviene
del fondo humanista de la predicación de Jesús de que todos los seres humanos
son iguales ante Dios.
Los países que tratan
de vivir sin valores
terminan por
desvalorizar la vida de sus ciudadanos.