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viernes, 13 de abril de 2012

Intolerancia asesina, por Luis Eugenio Silva.


 
Intolerancia asesina,
por Luis Eugenio Silva.

El asesinato del joven Daniel Zamudio no ha dejado a nadie indiferente. Experimentamos una vez más cómo la violencia, que acompaña a la intolerancia, ensañándose, es capaz de matar. Exterminar con alevosía merece la más dura pena aplicable por la justicia. Golpear hasta dejar casi muerta a una persona por su condición de homosexual -esto es, discriminar mortalmente a alguien por su condición sexual-, es aún más grave. Es señal de un terrible clima malsano, bajo ninguna circunstancia aceptable. Es un crimen y un gravísimo pecado para quien cree en el Dios de la vida. Un delito siempre será lo que es y más grave cuando las circunstancias agravantes lo hacen peor. Sólo el tiempo podrá mitigar el dolor de sus padres por la pérdida de su hijo y, si son creyentes, la confortación que la fe en Dios da.


En nuestro mundo casi todos se dicen tolerantes; ello es propio de una mentalidad pluralista y democrática. Pero, ¿lo somos realmente? Quizás. No lo creo, pues existe una diversidad de formas de exclusión, de rechazo sin causa real. Se sabe, pero no se actúa consecuentemente. Me atrevería a decir que existen formas de intolerancia cuyas manifestaciones se vinculan con la clase social a que se pertenezca. Por eso, ante lo acontecido no basta con recriminar y hacer un buen trabajo a través de los medios de comunicación, llamando a la cordura, a la tolerancia y al respeto a la diversidad. Se debe construir una sociedad en que los valores y la diversidad legítima dominen. Lo único que no se puede tolerar es el mal objetivo.


Europa vivió cuatro siglos y medio con diversas formas de intolerancia, especialmente religiosa, con la confrontación entre católicos y protestantes. Ahí están las guerras de religión, la quemazón de las brujas y la persecución mortal a la disidencia. Pero poco a poco se fue abriendo el principio de la tolerancia, desde Locke, Voltaire y otros, hasta hoy. La muerte se enseñoreó durante siglos, cuando se castigaba al hereje, al morisco, al cripto judío y al homosexual, al que se tenía por hereje. El siglo XX dio muestras de las más graves formas de represión fundadas en la intolerancia, con raíces políticas o seudo raciales y en falsas sicologías.


Legislación y cultura han de ir hermanadas si queremos tener una sociedad donde se respeta al otro por lo que es. Sólo así se podrá formar un clima en el cual lo diferente no nos parezca atroz. Las religiones deberían jugar un papel importante en ello, y en particular el cristianismo, ya que su Señor Jesús no hizo excepción y aceptó a todo tipo de personas, enseñando que ésa debería ser la actitud de sus seguidores. No se ve en la acción de Cristo ninguna condena personal a nadie, sino sólo la condena del mal o pecado que puede surgir de una persona. Un «no al pecado, sí al pecador», abriéndole a este último un camino de reconciliación, de alegría y de paz. Quienes somos católicos, con más fuerza deberíamos ser tolerantes y comprensivos, y no dejarnos dominar por las fuerzas negativas que surgen del interior del corazón humano y cuyas raíces no son verdaderas ni positivas.


Hace un mes recordaba las palabras del teólogo González de Cardedal, que afirmaba que la violencia se había erigido en un medio de acción. Así se ve en vastos sectores del planeta. Que la muerte del joven Daniel Zamudio, víctima inocente de una intolerancia feroz, nos permita no sólo reflexionar sobre un crimen tan atroz y sus causales, sino que trabajar por crear un modo humano, racional y tolerante en la sociedad que nos tocó vivir.


Los países que tratan de vivir sin valores 
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.
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