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viernes, 14 de mayo de 2010

El Gobierno del Protagonista, por Hermógenes Pérez de Arce.


El Gobierno del Protagonista,

por Hermógenes Pérez de Arce.


Rara vez estoy de acuerdo con las columnas de Agustín Squella en "El Mercurio", en particular porque he leído en ellas que no cree en Dios, aserto tan inexplicable para mí como si él dijera que no cree en los fabricantes de relojes, y ante la evidencia de que hay millones de relojes y nadie nunca ha podido presentar uno que se haya hecho solo. Siendo el ser humano tanto más complejo que un reloj (aunque no por eso normalmente ande mejor que éste) no puedo creer que alguien diga que el ser humano se hizo solo, que es lo mismo que decir que no hay Dios. Pero hoy Squella tiene en su columna un notable acierto: dice que Sebastián Piñera, más que un líder, es un protagonista, y en eso tiene toda la razón.

Es que gobierna para sí mismo, buscando la máxima popularidad y mirando atentamente las encuestas. El aumento del impuesto a las empresas, que él propone, es paradigmático a este respecto. Lo funda en que, como ha dicho reiteradamente, se trata de extraerles dinero a los más ricos para mejorar la condición de los pobres. Este aserto tiene el respaldo de una enorme mayoría en todas las encuestas, pero es ruinoso para el futuro del país, como lo demuestra el hecho de que todos los gobiernos fundados en el propósito de extraerles dinero a los más ricos para dárselo a los pobres terminaron como el chileno de 1973 o los que estaban ubicados tras la Cortina de Hierro o el Muro de Berlín. Y los más moderados de la misma línea -izquierdistas y centroizquierdistas- están terminando como vemos. Varios de Europa que creían haber conseguido un Estado del Bienestar ideal están hoy afrontando a bancarrota.

La proposición de Piñera se engarza en lo que Pablo Longueira les criticaba a los anteriores gobierno de la Concertación (digo "anteriores" en atención a que muchos estiman que éste es el V Gobierno de la Concertación, aunque yo he preferido catalogarlo como el IV Gobierno DC. Cuando José Miguel Insulza, como Ministro del Interior de Frei Ruiz-Tagle, proponía reformas laborales demagógicas para peraltar la candidatura de Ricardo Lagos y hacer desmerecer a la de Lavín, Longueira lo acusaba de estar propiciando la lucha de clases para aprovecharse electoralmente de ella.

La propuesta tributaria de Piñera tiene ese mismo carácter. Garantiza popularidad de corto plazo, como señalan las encuestas (a las gente le encanta imponer tributos a los más ricos, porque la casi totalidad de ella no se cuenta entre los mismos), pero en el largo plazo eso nos perjudica a todos, porque deteriora al capacidad de ahorro de las empresas, desalienta la inversión y disminuye el crecimiento.

Sebastián Piñera está maximizando un beneficio político de corto plazo (ser favorecido por las encuestas), a costa del interés general de largo plazo, que suele no contar con respaldo mayoritario en los sondeos. Es nuevamente la explotación de la lucha de clases: quitarles a los que tienen más para darles a los que tienen menos, con la salvedad de que, a través de los impuestos, son las burocracias las que se quedan con los recursos y en éstas no están los que tienen menos.

Todo esto sucede porque no tenemos un líder de un movimiento que busque el bienestar de largo plazo, sino sólo un protagonista, que quiere tener popularidad ahora, aunque sea a costa de no interpretar a la principal de las corrientes que lo llevaron al poder.

El protagonista se beneficiará, ciertamente, de una gran popularidad. Casi tanta como la que tuvo Mazrmaduke Grove, en 1932, cuando ordenó a la Caja de Crédito Prendario devolver sin pago a la gente las cosas que había empeñade. Las multitudes lo vitoreaban en las calles, pero su gobierno duró pocas semanas. Por cierto, no será el caso del de Piñera, pero en el largo plazo pagará las consecuencias de haber hecho prevalecer el protagonismo y su propia popularidad de corto plazo por sobre el liderazgo serio a la cabeza de corrientes políticas que buscan consolidar el futuro del país en el largo plazo.



Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.
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