Virgen del Carmen

Virgen del Carmen
Protege a Chile

lunes, 17 de mayo de 2010

Carta a un católico perplejo, por Joaquín García-Huidobro.

Carta a un católico perplejo,

por Joaquín García-Huidobro,

Universidad de los Andes.

“Es un nuevo terremoto”, me dices, “con la diferencia de que uno no sabe qué hacer”. Estamos de acuerdo. Siempre habíamos oído de los clérigos renacentistas y su vida poco ejemplar, de curas cascarrabias o glotones, en fin, de las múltiples debilidades humanas. Pero la pedofilia es diferente. Una cosa es que haya malos pastores y otra muy distinta es que destruyan a las más débiles de todas las ovejas.

La pedofilia nos horroriza porque (afortunadamente) nos cuesta entenderla. Es propio de los niños inspirar afecto y simpatía, no deseos destructivos. Sin embargo, vemos que en los últimos años cada vez más menores son objeto de este tipo de agresiones. En nuestro país se conocen casos de niños de uno o dos años que son explotados sexualmente por sus padres drogadictos para conseguir dinero, ¿cabe imaginar locura mayor?

Diversos factores juegan en este triste problema. Uno de ellos es la formidable tarea de demolición de la moral tradicional que ha tenido lugar en el último medio siglo. Esa moral que compartían cristianos, masones, judíos y gran mayoría de los agnósticos y ateos ha sido criticada y ridiculizada de modo sistemático. Si a eso se suma un ambiente crecientemente erotizado, las consecuencias no pueden ser buenas para nadie, incluidos los sacerdotes.

Con todo, sería un simplismo atribuir todo el problema a la fuerza de ciertas ideas disolventes. Una de las manifestaciones más chocantes de esta crisis internacional es que tanto la Iglesia como los tribunales civiles han declarado la culpabilidad de personas que eran férreas partidarias de esa moral tradicional.

¿Significa esto que la moral cristiana es demasiado exigente y ha llegado el momento de revisarla, porque produce efectos indeseados? Es lo que proponen, entre otros, ciertos anticlericales. El gran problema del anticlericalismo frente a la Iglesia era la belleza de la moral cristiana, que hacía quedar mal parados a sus contradictores. Además, esa moral resultaba avalada por ejemplos personales: por cada anticlerical que iba a ayudar a África, los cristianos podían mostrar a miles de misioneros, educadores o profesionales de la salud que lo habían dejado todo para servir a los más pobres. Ahora, en cambio, pueden decir: “Esa moral no es sublime, sino represiva; sus seguidores son hipócritas”. No importa que el número de clérigos afectados sea mínimo en comparación con el total, tampoco importa que la gran mayoría de los pedófilos nada tengan que ver con la Iglesia. La sentencia condenatoria ya está dictada. En parte es comprensible, a la Iglesia le pedimos más, p ero la generalización es injusta.

Otro factor que perturba un análisis sereno es la mezcla de la pedofilia con la homosexualidad, que con razón molesta a las agrupaciones de gays. En parte de los casos que hoy se discuten, lo que existe es una atracción por hombres jóvenes. El ejercicio de la sexualidad con personas jóvenes del mismo sexo está condenado por la doctrina católica, pero la gravedad de la pedofilia es muy diferente. No es sólo un pecado, sino un delito gravísimo, un atentado horroroso que causa un sufrimiento irreparable en las víctimas.

Tampoco tiene sentido dar palos de ciego y arremeter contra el celibato, cuando la gran mayoría de los pedófilos son personas casadas o que llevan una activa vida heterosexual. La pedofilia es una lacra de la época y hay que enfrentarla con decisión, sin respuestas simplistas. Las medidas que está adoptando la Iglesia son claras y dignas de imitarse, pero las consecuencias de estos escándalos durarán mucho. Una de ellas es el manto de desconfianza que se ha extendido sobre los sacerdotes.

Otras consecuencias no son malas. La admisión a los seminarios será más cuidadosa y se volverán a adoptar ciertas medidas de prudencia que se habían abandonado. Además, ante esos casos terribles, los católicos nos vemos forzados a ir a las razones profundas de nuestra pertenencia a la Iglesia, que no se fundan en liderazgos personales. Cristo aseguró la indefectibilidad de la Iglesia, que no ha podido ser destruida ni por Nerón, ni por Stalin, ni por todos sus enemigos, incluidos nosotros los católicos (que a veces le hacemos un gran daño), pero nunca garantizó la impecabilidad de sus ministros: más bien se encargó de anunciar que uno lo iba a traicionar y otro, la cabeza de ellos, lo negaría.

En suma, estos hechos nos ponen frente al escandaloso misterio de la Iglesia: “Santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante” (Vaticano II), que produce frutos maravillosos no obstante estar afectada por el factor humano. Si tú crees que ese misterio es posible, puedes estar seguro de que eres católico y te ha llegado el momento de sufrir.




Los países que tratan de vivir sin valores
terminan por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.
Promocione esta página

Notas anteriores

Datos personales

Mi foto
Los pueblos que no se defienden seguramente pierden sus libertades. http://reaccionchilena.blogspot.com/

Snap Shots

Get Free Shots from Snap.com