Chile, Abril 18 de 2007
Cuesta entender lo que está pasando. A la Presidenta la convencieron de que el Transantiago iba a funcionar bien, a pesar de que ella tenía la impresión de que no sería así, que faltaba mucho. Pero tomó una decisión, a todas luces equivocada. Se le nota lo arrepentida que está. Lo ha dicho. Porque no sólo funcionó muy mal, sino que trajo a su gobierno el peor problema que ha tenido gobierno alguno de la Concertación y que costará mucho tiempo y dinero solucionar.
El problema principal no es tanto quién la convenció de ponerlo en marcha sino, obviamente, quién diseñó el sistema. Quien haya sido pecó de una falta de realismo, de entender cómo son y cómo funcionan las cosas y, especialmente, las personas, imperdonable. Tal vez nunca sabremos, porque los errores graves no tienen autores.
El cambio de gabinete fue, en general, bien evaluado. Asumieron personas competentes y experimentadas. Aunque los problemas del Transantiago nos acompañarán un tiempo más, a pesar de los esfuerzos que se están haciendo.
En medio de esta trifulca aparecen dos proyectos de ley, con firmas y asistencias solemnes, que se refieren a temas institucionales de largo y profundo alcance. Primero, el binominal y, después, la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE). Uno, cumpliendo lo prometido al Partido Comunista, después de la —para la Concertación— exitosa segunda vuelta electoral, y de ese modo evitar que éste lidere las manifestaciones callejeras que con su presencia son peligrosas, y sin ella, no existen. La otra iniciativa también pretende cumplir una promesa para evitar que aparezcan nuevamente los “pingüinos” en la calle causando estragos materiales, y especialmente políticos, en sus enfrentamientos con carabineros.
La pregunta que surge es si estos proyectos van en serio o en broma. En broma, representan una forma de tapar el tema del Transantiago, además de complicar a la oposición, porque sucede que sus alas o tendencias se distancian con estos temas. Este sería un pecado menor al que los chilenos estamos acostumbrándonos. Si es en serio, o sea los proyectos representan realmente lo que el gobierno quiere hacer, sería muy grave, porque representa una visión del problema educacional chileno bastante contradictoria con el buen sentido. Se reforma en su raíz lo que anda razonablemente bien y se deja intocado lo que anda especialmente mal. El proyecto parece una reforma hecha para la dirigencia de los profesores y los líderes de las protestas callejeras, olvidándose de su objetivo básico: los estudiantes de verdad.
Una larga y variada experiencia universitaria me ha enseñado el mal que puede hacer a un curso la presencia de “alumnos” que no quieren estudiar, como también lo bueno que puede hacer al mismo curso la presencia de alumnos dedicados y responsables. Esto, por supuesto, no sólo es mi experiencia, sino, creo, la de todos los profesores en todos los niveles de la enseñanza. Para eso existen las notas, la repitencia de años o cursos, los premios y los castigos en general. En el proyecto se percibe una tendencia a terminar con todo esto.
Pareciera que los autores piensan que a los alumnos les gustaría el caos, el recreo permanente, el carrete, etc. En mi experiencia no es así; por el contrario, a poco andar ellos se dan perfecta cuenta de cuándo progresan o cuándo retroceden. Distinguen al buen profesor del mediocre o del malo; lo mismo que el buen colegio, la buena dirección, etc. A los padres, que algo tienen que ver en este cuento, les interesa la calidad del colegio de sus hijos. Los colegios compiten y tratan de superarse. El que diga que no está probado que la competencia es necesaria en la educación, simplemente está equivocado. En la empresa, en la universidad, en el deporte y en gran parte de las actividades humanas, la competencia es un gran vehículo del progreso, si no el principal. El proyecto trata por variados medios de evitarla. Siendo mal pensado, tal vez sólo quiere destruir la evidencia sobre la mala calidad de la educación pública.
Lo mismo sucede con el binominal. No hubo acuerdo para el cambio propuesto por el actual ministro Viera-Gallo. Más bien hubo casi unánime desacuerdo, aunque por diferentes razones, más bien personales, de los parlamentarios. Es cierto que la tarea era muy difícil, si no imposible. Ante esto, se presenta un proyecto destinado a tener en el Congreso al Partido Comunista que no ha logrado conquistar un asiento parlamentario en sucesivas y numerosas elecciones. Sólo para cumplir una promesa, y si no fuera broma, para inclinar claramente a la izquierda en nuestro mapa político.
Con todo, me quedo, tal vez porque es más cómodo, con la primera interpretación. Todo es broma para distraer la atención.
El problema principal no es tanto quién la convenció de ponerlo en marcha sino, obviamente, quién diseñó el sistema. Quien haya sido pecó de una falta de realismo, de entender cómo son y cómo funcionan las cosas y, especialmente, las personas, imperdonable. Tal vez nunca sabremos, porque los errores graves no tienen autores.
El cambio de gabinete fue, en general, bien evaluado. Asumieron personas competentes y experimentadas. Aunque los problemas del Transantiago nos acompañarán un tiempo más, a pesar de los esfuerzos que se están haciendo.
En medio de esta trifulca aparecen dos proyectos de ley, con firmas y asistencias solemnes, que se refieren a temas institucionales de largo y profundo alcance. Primero, el binominal y, después, la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE). Uno, cumpliendo lo prometido al Partido Comunista, después de la —para la Concertación— exitosa segunda vuelta electoral, y de ese modo evitar que éste lidere las manifestaciones callejeras que con su presencia son peligrosas, y sin ella, no existen. La otra iniciativa también pretende cumplir una promesa para evitar que aparezcan nuevamente los “pingüinos” en la calle causando estragos materiales, y especialmente políticos, en sus enfrentamientos con carabineros.
La pregunta que surge es si estos proyectos van en serio o en broma. En broma, representan una forma de tapar el tema del Transantiago, además de complicar a la oposición, porque sucede que sus alas o tendencias se distancian con estos temas. Este sería un pecado menor al que los chilenos estamos acostumbrándonos. Si es en serio, o sea los proyectos representan realmente lo que el gobierno quiere hacer, sería muy grave, porque representa una visión del problema educacional chileno bastante contradictoria con el buen sentido. Se reforma en su raíz lo que anda razonablemente bien y se deja intocado lo que anda especialmente mal. El proyecto parece una reforma hecha para la dirigencia de los profesores y los líderes de las protestas callejeras, olvidándose de su objetivo básico: los estudiantes de verdad.
Una larga y variada experiencia universitaria me ha enseñado el mal que puede hacer a un curso la presencia de “alumnos” que no quieren estudiar, como también lo bueno que puede hacer al mismo curso la presencia de alumnos dedicados y responsables. Esto, por supuesto, no sólo es mi experiencia, sino, creo, la de todos los profesores en todos los niveles de la enseñanza. Para eso existen las notas, la repitencia de años o cursos, los premios y los castigos en general. En el proyecto se percibe una tendencia a terminar con todo esto.
Pareciera que los autores piensan que a los alumnos les gustaría el caos, el recreo permanente, el carrete, etc. En mi experiencia no es así; por el contrario, a poco andar ellos se dan perfecta cuenta de cuándo progresan o cuándo retroceden. Distinguen al buen profesor del mediocre o del malo; lo mismo que el buen colegio, la buena dirección, etc. A los padres, que algo tienen que ver en este cuento, les interesa la calidad del colegio de sus hijos. Los colegios compiten y tratan de superarse. El que diga que no está probado que la competencia es necesaria en la educación, simplemente está equivocado. En la empresa, en la universidad, en el deporte y en gran parte de las actividades humanas, la competencia es un gran vehículo del progreso, si no el principal. El proyecto trata por variados medios de evitarla. Siendo mal pensado, tal vez sólo quiere destruir la evidencia sobre la mala calidad de la educación pública.
Lo mismo sucede con el binominal. No hubo acuerdo para el cambio propuesto por el actual ministro Viera-Gallo. Más bien hubo casi unánime desacuerdo, aunque por diferentes razones, más bien personales, de los parlamentarios. Es cierto que la tarea era muy difícil, si no imposible. Ante esto, se presenta un proyecto destinado a tener en el Congreso al Partido Comunista que no ha logrado conquistar un asiento parlamentario en sucesivas y numerosas elecciones. Sólo para cumplir una promesa, y si no fuera broma, para inclinar claramente a la izquierda en nuestro mapa político.
Con todo, me quedo, tal vez porque es más cómodo, con la primera interpretación. Todo es broma para distraer la atención.
Tomado de Diario La Segunda.
Pablo Baraona Urzua, es Economista y Profesor Universitario.
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