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viernes, 17 de febrero de 2012

Acción de gracias, por Luis Eugenio Silva.








 

Acción de gracias,
por Luis Eugenio Silva.


 

Revisando las columnas que he escrito desde hace unos meses, noto que lo que me preocupa es más lo negativo que lo positivo de la naturaleza humana. Pero cuando se tiene una mirada optimista ante la vida —como la tengo, dado que la fe es capaz de fundamentarla— pienso que debo señalar lo que realmente siento respecto del hombre y de la sociedad. Esto es, lo positivo de la existencia, no obstante las pruebas por las que personalmente se pasa, y las de los demás que a uno lo impactan directamente, como las desgracias generales y las crisis.

Cuando se ha vivido experiencias extremas, causadas por la enfermedad, el dolor o los temores —que, aunque infundados, afectan— se revisa la existencia con un inmenso sentimiento de gratitud hacia la vida, y se desarrolla más un sentido de compasión. Se ve cómo los que a uno lo rodean, los amigos, forman un verdadero círculo mágico de apoyo y simpatía, donde la generosidad supera al egoísmo y la comprensión supera a la indiferencia.

Es cierto que se trata para todos de una gran batalla que hay que dar juntos, porque no se puede dejar que el egoísmo domine.

Siempre el mal hace más ruido y se tiene casi una tendencia a silenciar el bien y la generosidad. La Teletón es una muestra: deberían hacerse diariamente teletones de amistad y de cariño, y tal vez así se superaría la suprema ley del egoísmo que pretende gobernar al mundo y a nosotros mismos.

Es el tremendo dilema del mal que se opone al bien, y que en medio del corazón humano da la batalla.

Sin embargo, hay que apostar por el bien y la bondad, sabiendo que ello puede traer trampas y engaños, pero que el fondo de toda naturaleza humana está condicionado por la búsqueda de la felicidad.

He podido ver, desde hace varios meses, cómo un verdadero anillo de afecto y fuerza, optimismo y simpatía, me ha rodeado donde quiera que voy. La sorpresa no termina de admirarme. A veces se pensaría que los del propio gremio serían los más cercanos y no siempre es así. Esta columna, breve, pero que creo indispensable redactar, lleva mis más profundos agradecimientos a tantos que me han hecho ver nuevamente lo positivo de la existencia. No es que antes no lo supiese, pero había una mirada más bien intelectual que afectiva, y lo que importa es percibir, sentir y vivir la amistad y el cariño.

Qué importante es mirar el cielo, palpar y ver los árboles, contemplar las montañas, abismarse con la belleza del mar y, sobre todo, mirar la limpia cara de los niños y la serena de los ancianos, que ya van de regreso a casa. Me gustaría tener el don alado de la poesía para cantar a la vida como lo hacía, en el lejano siglo XIII, San Francisco de Asís con el himno a las criaturas. Pero sólo sé escribir en prosa y, por ello, así lo manifiesto. Sé que algunos no me comprenderán e incluso me criticarán, como lo han hecho antes. Pero no importa. Desde un espíritu reconocido puede surgir el agradecimiento al Señor, y éste se puede transformar en oración y súplica por los amigos, familia y seres que a uno lo aprecian sin condiciones, lo admiran a pesar de sus defectos y que, sobre todo, lo quieren.



Los países que tratan de vivir sin valores terminan

 por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.
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