Acción
de gracias,
por Luis Eugenio Silva.
Revisando las columnas que he escrito
desde hace unos meses, noto que lo que me preocupa es más lo negativo que lo positivo
de la naturaleza humana. Pero cuando se tiene una mirada optimista ante la vida
—como la tengo, dado que la fe es capaz de fundamentarla— pienso que debo
señalar lo que realmente siento respecto del hombre y de la sociedad. Esto es,
lo positivo de la existencia, no obstante las pruebas por las que personalmente
se pasa, y las de los demás que a uno lo impactan directamente, como las
desgracias generales y las crisis.
Cuando se ha vivido experiencias
extremas, causadas por la enfermedad, el dolor o los temores —que, aunque
infundados, afectan— se revisa la existencia con un inmenso sentimiento de
gratitud hacia la vida, y se desarrolla más un sentido de compasión. Se ve cómo
los que a uno lo rodean, los amigos, forman un verdadero círculo mágico de apoyo
y simpatía, donde la generosidad supera al egoísmo y la comprensión supera a la
indiferencia.
Es cierto que se trata para todos de
una gran batalla que hay que dar juntos, porque no se puede dejar que el
egoísmo domine.
Siempre el mal hace más ruido y se
tiene casi una tendencia a silenciar el bien y la generosidad. La Teletón es
una muestra: deberían hacerse diariamente teletones de amistad y de cariño, y
tal vez así se superaría la suprema ley del egoísmo que pretende gobernar al
mundo y a nosotros mismos.
Es el tremendo dilema del mal que se
opone al bien, y que en medio del corazón humano da la batalla.
Sin embargo, hay que apostar por el
bien y la bondad, sabiendo que ello puede traer trampas y engaños, pero que el
fondo de toda naturaleza humana está condicionado por la búsqueda de la
felicidad.
He podido ver, desde hace varios
meses, cómo un verdadero anillo de afecto y fuerza, optimismo y simpatía, me ha
rodeado donde quiera que voy. La sorpresa no termina de admirarme. A veces se
pensaría que los del propio gremio serían los más cercanos y no siempre es así.
Esta columna, breve, pero que creo indispensable redactar, lleva mis más
profundos agradecimientos a tantos que me han hecho ver nuevamente lo positivo
de la existencia. No es que antes no lo supiese, pero había una mirada más bien
intelectual que afectiva, y lo que importa es percibir, sentir y vivir la
amistad y el cariño.
Qué importante es mirar el cielo,
palpar y ver los árboles, contemplar las montañas, abismarse con la belleza del
mar y, sobre todo, mirar la limpia cara de los niños y la serena de los
ancianos, que ya van de regreso a casa. Me gustaría tener el don alado de la
poesía para cantar a la vida como lo hacía, en el lejano siglo XIII, San
Francisco de Asís con el himno a las criaturas. Pero sólo sé escribir en prosa
y, por ello, así lo manifiesto. Sé que algunos no me comprenderán e incluso me
criticarán, como lo han hecho antes. Pero no importa. Desde un espíritu
reconocido puede surgir el agradecimiento al Señor, y éste se puede transformar
en oración y súplica por los amigos, familia y seres que a uno lo aprecian sin
condiciones, lo admiran a pesar de sus defectos y que, sobre todo, lo quieren.
Los países que tratan de vivir sin valores terminan
por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.