Matrimonio gay en Argentina,
Luis Eugenio Silva.
La doctrina católica define el matrimonio como la alianza por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole; fue elevada por Cristo a la dignidad de sacramento entre bautizados (Catecismo Nº 1601; Código de Derecho Canónico 1055,1).
Si bien las formalidades han cambiado en el tiempo, su naturaleza esencial se ha mantenido.
Pues bien, hoy sectores de la sociedad no reconocen la doble raíz de la institución matrimonial: natural y religiosa. Se esgrime en su contra que la sociedad occidental vive la modernidad, laica, individualista, y si bien dicen respetar la fórmula cristiana católica, válida sólo para el creyente, la Iglesia no tendría derecho a continuar presentando su concepción en la sociedad. El derecho natural no se acepta ya, ni menos un fundamento religioso trascendente al matrimonio, afirman los modernistas.
Seguí muy de cerca la aprobación del matrimonio gay por el Parlamento argentino, con capacidad de adopción. Algunos que votaron por el sí, lo hicieron diciendo que eran católicos y que lo aprobaban ya que se debía legislar una realidad en un mundo aconfesional ¿Son realmente católicos?
¿Qué elementos están tras una postura pro matrimonio gay? Trataré de sintetizar, después de haber leído y escuchado sus argumentos, sin ser exhaustivo, esas nuevas ideas. Lo primero, se afirma, es que después de la Revolución Francesa el matrimonio dejó de ser sólo sacramento, y pasó a ser más bien sólo contrato. En el ámbito civil, la diferencia sexual no sería consubstancial para la unión, y sí la voluntad de las partes contrayentes. Para los pro matrimonio gay, no es la unión de los cuerpos lo que cuenta, sino la unión de las voluntades. Por ello el matrimonio de personas del mismo sexo se inscribe en la modernidad que afirmaría esto. Habría un derecho civil matrimonial contractualista y desacralizado, familiar, concebido al servicio del individuo y no de la sociedad. El efecto marital no tendría polaridad masculino-femenino. La doctrina del género es lo importante para esta forma nueva de familia.
Debe entonces, dicen sus partidarios, hablarse de cónyuges y genitores que exigen igualdad entre partes no determinadas por el sexo. Debe asumirse, según sus propulsores, los principios políticos de la modernidad: disociación entre sexualidad y reproducción, y contractualización de las relaciones familiares. Las instituciones familiares no se fundamentarían en un orden natural que trasciende las voluntades individuales. Cada ciudadano construiría su propia familia en función de sus deseos e intereses. Habría que superar la hostilidad hacia la modernidad política, social y jurídica. No hay lugar a una metafísica naturalista ni al irracional miedo al cambio.
Como se ve, hay una negación al derecho natural y una contracción de lo social en beneficio de lo individual. La diferenciación sexual no interesa, y sí, sólo, la voluntad individual. A todo esto la Iglesia presenta objeciones graves.
El camino del desconocimiento del derecho natural lleva a transformar en derecho cualquier realidad que sea sentida por el individuo. La Iglesia no está en contra de una regularización contractual de las parejas de hecho, hétero u homosexuales; sí en cambio de reconocerlas como matrimonio, pues es una realidad por naturaleza diferente. Pensar así no es homofobia, sino más bien hacerlo desde el punto de vista del derecho natural y de sus concepciones religiosas. En un mundo pluralista, la posición doctrinal del catolicismo debe ser respetada.
por desvalorizar la vida de sus ciudadanos.
