Las intervenciones militares no pueden constituirse en salidas habituales para asuntos institucionales. Si bien el designio arbitrario de Zelaya está demostrado, no ha quedado probado que la intervención militar, aunque acoplada con las demás instituciones hondureñas, fuera la única salida. ¿No pudo recurrirse a la propia OEA, que supuestamente administra la llamada Carta Democrática? El criterio oscilante de la OEA en esta materia seguramente fue un desincentivo.
No basta la intervención de un chileno desde la OEA para entender la tremenda atención que el Gobierno de Chile le ha dado al caso. La izquierda chilena defiende al señor Zelaya porque él está, a fin de cuentas, actualizando la "vía chilena al socialismo" de Salvador Allende: nos montamos en la institucionalidad "burguesa" y desde el poder la socavamos por dentro. La vía armada quedó atrás; ahora se recurre al Presidente Chávez para que financie una especie de plebiscito cuya finalidad era ¡convocar a una Asamblea Constituyente! Propósito de ésta: permitir la reelección indefinida del Presidente Zelaya al modo "bolivariano".
La OEA, es decir, José Miguel Insulza, se puso en la primera línea de defensa de Zelaya. La posición del ex ministro ha sido poco matizada: exige la restauración inmediata del señor Zelaya, sin asomo de revisión de su plan para perpetuarse en el cargo. No hacía falta, en realidad, sacarlo en pijama de su país, aunque sabemos que remedió la carencia gastando US$ 80 mil en reponer su ajuar. En esto imita a Ortega, que compra anteojos de US$ 2 mil cuando viaja a Nueva York, en Madison Avenue. En realidad, éstas son pequeñeces que se perdonan a los revolucionarios exitosos, pero no así a los burgueses que se interesan en la política y que deben ser la viva imagen del pobre de Asís.
Se comprende la adopción íntegra de la postura Zelaya por parte de la Presidenta y del Ministerio de Relaciones Exteriores chileno, porque es una reedición de la pretensión de Allende: transformar el orden político constitucional desde la cima del poder, constriñendo las libertades de prensa, la libertad económica y la de educación para rematar por simple cansancio con la derogación de facto de las libertades de asociación y política, todo disimulado con un torrente de discursos demagógicos abonados con petrodólares.
Gracias a la televisión, todo lo anterior pasa ante nuestros ojos cuando la crisis económica caratulada como colapso final del capitalismo codicioso parecía ideal para volver al revés la política europea. Nada de eso ocurrió: la izquierda ha retrocedido bruscamente en casi toda Europa (laboristas, 18%; socialdemócratas alemanes, 21%; socialistas franceses, 16%; socialistas italianos, 25%). Mientras tanto, reflota entre nosotros la peregrina idea del poder total con una cosa repetida: "constituyente queremos".
Daniel Ortega, demócrata de reciente data, anunció también la convocatoria a un "referéndum" (sic) para permitir su propia reelección. Sería una gran oportunidad para que la OEA mostrara que tiene capacidad para hacer una detección temprana de conductas que destruyen las instituciones republicanas. Así se evitaría el movimiento, hasta ahora estéril, para reinstalar un mandatario que manifiesta paladinamente su intención de subirse al carro de la historia, sicut dixit Chávez. Puede preguntarse alguien, sin ser temerario, lo que ocurrirá si a Zelaya le resulta lo del retorno. La OEA se guardará en ese caso la Carta Democrática, como lo hizo para aceptar el ingreso de Cuba. Mientras tanto, países grandes que no tienen opinión sobre el desarrollo político en Rusia o la China se ponen muy bravos con un país chico. El juego de palabras es demasiado obvio: buena parte del continente está en honduras y el Gobierno de Chile se suma a la cuadrilla. Muy distinta esta vez la postura chilena a la actitud del Presidente Lagos respecto del gobierno de facto que resultó del pronunciamiento contra Chávez.
